Un atardecer en Los Ángeles (California)

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Durante las celebraciones por el Día Internacional del Libro se habla mucho de escritorxs y de historias y poco del libro como objeto, de sus procesos y profesionales involucrados. Por ello, hemos creído interesante poner el foco en la carta de presentación de todo relato publicado: la cubierta, y más especialmente en el origen de la de 259 saltos, uno inmortal.

Diseño de Daniel López Laborda.

¿Qué te sugieren esos ojos que se abren desde la negrura? ¿Por qué son naranjas, aunque no todos del mismo color? ¿Te trasladan a otras imágenes, a alguna emoción?

De seguro, si ya has recorrido los saltos de la novela de Kozameh, has relacionado la cubierta con ciertos episodios. Los ojos aparecen explícitamente en varias ocasiones y ahí el/la lector/a se dice ecco!, van cuadrando las cosas. Aunque no todas… ¿Quizás vendría bien remontarnos al origen de la idea con la que trabajó nuestro flamante diseñador con el fin de ampliar esas interpretaciones? Allá vamos.

Preámbulo no apto para impacientes

Si estos días estás leyendo 259 saltos, uno inmortal te habrás dado cuenta de que los primeros saltos no son fáciles de definir ni, por lo tanto, de asimilar. La pandemia nos ha testado y tenemos la confirmación: no somos una especie que se maneje bien en la incertidumbre. Queremos entenderlo todo desde un principio. Y, si puede ser, también cuando va a terminar ese no saber. Si justo alguien te pide cuentas sobre la novela mientras estás en estas primeras páginas, mejor decirle: “vuelva usted mañana” y, confía en nosotras, la novela se irá colocando (en el espacio que tenga cada uno).

¿Cómo contarías las emociones que atraviesan una experiencia como la del exilio (o la de una pandemia o una guerra) si no es con un balbuceo? Los primeros saltos de la novela se dan en el aire, son ensoñación, tanteo para encontrar la palabra precisa, acrobacias lingüísticas de la prueba y el error, experimentación… Surrealismo.

Y nos dirás, ¿qué tiene que ver todo este preámbulo con la cubierta? Tiene que ver… pero es cierto, nos vamos por los cerros de Úbeda. Aceleramos.

¿Cómo nace, se reproduce y muere una idea?

(Léase como si se tocara un allegretto, como si hubiéramos pasado por estas etapas con desenfado, de manera ordenada y sin angustias.)

  1. Leímos la novela unas cuantas veces y nos dimos cuenta de que los ojos no aparecen solo en el rostro de los personajes, digamos, donde suelen estar en un cuerpo real.
  2. Nota mental: uno de los símbolos por excelencia del movimiento surrealista es el ojo (motivo de sobra conocido en artistas como Buñuel, Dalí, Brauner, Magritte…).
  3. El año pasado el Museo Thyssen preparó una exposición sobre René Magritte que nos encantó y todo lo que vimos nos hablaba sobre la novela (parece que estábamos algo ensimismadas).
  4. Nos pusimos a buscar obra que no hubieran traído a la retrospectiva y dimos con “The False Mirrow (“El falso espejo”), un ojo enorme que ocupa todo el lienzo y cuya pupila muestra lo que ve (o lo que quisiera ver el observador, a saber). ¡Flipamos!
  5. Escribimos al MoMA donde se aloja el óleo, que nos remitió a la Artists Rights Society (en EE. UU.), que nos remitió a la VEGAP (en España), que nos remitió al banco.
  6. Dudamos, la cuenta no saldría, pero íbamos a tirar la casa por la ventana, ¡venga, es el primer libro!
  7. Hacemos pruebas, el ojo no encaja en una cubierta, queda fatal, silueteado, sin siluetar, torcido o volteado (total, es surrealista). Además, nos martiriza hacer la prima: ¿esta obra no es de 1929? ¿en concepto de qué hay que pagar derechos de autor si ya han prescrito? Ah, que son de reproducción (!). Pero ¿la copia tiene derechos? Los museos y el arte, you know Juan Tallón.
  8. Días de desconcierto, no terminamos de verlo, y ciao Magritte. Maldecimos nuestra suerte por no ser el coleccionista privado ese que tiene la otra versión de la obra y que puede verla cada día.
“The False Mirrow”, René Magritte. París 1929. MoMA.

Un atardecer para paliar el desarraigo

Los procesos creativos son, en la misma medida que apasionantes, bastante desquiciantes y en algunos momentos nos vimos tentadas por un precioso libro ilustrado sobre la botánica de California y, sobre todo, por los increíbles dibujos de Santiago Ramón y Cajal sobre las conexiones neuronales (¡buscadlos!).

Pero el ojo no dejaba de perseguirnos y se autodefinió como EL SÍMBOLO de la novela. A la manera de Magritte (salvando todas las diferencias y tras muchas versiones), quisimos subrayar la extrañeza/sorpresa/interés por el mundo que se observa, más que por el propio observador.

Y en lugar de mirar al cielo celeste del pintor belga –y que tanto nos hacía pensar también en Los Ángeles y en Cádiz, que todo hay que decirlo–, preferimos regalarles a esta casi treintena de ojos un brillante atardecer naranja, en el que esperábamos que la protagonista de la novela y lxs exiliadxs políticxs argentinxs encontraran acogida y esperanza.


259 saltos, uno inmortal está disponible en librerías y en nuestra página web.

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Un comentario

  1. ¡¡¡buenos días ¡¡¡¡
    Muy interesante lo escrito ,cuando voy a una librería , la cubierta , es lo primero que me llama la atención para elegir un libro,
    pero no sabia que hubiera tanto trabajo/disfrute detrás para compendiar la historia contada .
    Por otra parte mejor hacer cosas nuevas,( este diseño de Daniel López ,me parece muy adecuado aunque inquietante,) por maravillosas que sean otras ilustraciones .Muy buen artículo.

    p.d. se agradece la X en ella entramos todas, todes y todos

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